Un pesebre extraordinario

UN PESEBRE EXTRAORDINARIO - Cuento de ficción religiosa *

José Luis Najenson

Mañana cumpliré trece años, justo para Navidad. En mi pueblo todavía se la festeja acorde con la tradición hispana y criolla. No hay, como en la ciudad, pinos ni nieve artificial, ni hombres disfrazados de Papá Noel, panzones y ridículos, dando vueltas como trompos por todos lados. Hay sí, pesebres o nacimientos, que duran hasta la fiesta de Reyes.

Este 24 de diciembre de 2020 pude contemplar el pesebre más extraordinario que había visto en mi vida. Mi padre tenía que atender un parto urgente cerca de la estancia* “El Lucero”, así llamada porque al llegar a ella se veía el planeta Venus como si estuviera colgado sobre el horizonte. Yo me empeñé en acompañarlo, aunque Domingo, el enfermero jefe, vendría para ayudarlo. Domingo era bien morocho, de recia estampa gaucha, y su cabello negro y piel oscura contrastaban con la melena rubia de mi padre y mi revuelto pelo rojo.

Llovía a cántaros cuando arribamos al lugar, una zona baja que se inundaba fácilmente, donde había un campamento de gitanos al borde del alambrado, al que seguramente no le habían permitido quedarse en los predios de la estancia. La toldería estaba sujeta a las púas del alambre, y era una mancha apenas más oscura en el poncho infinito de la pampa. Si no fuera porque todos portábamos máscaras por el coronavirus, hubiera creído que habíamos regresado al pasado.

Mientras mi padre y Domingo atendían a la parturienta, yo recorrí el borde de las tiendas en hilera, hasta llegar al pesebre de marras. Un gitano encendía un fueguito junto a la cuna, de tamaño normal, que era hermosa, aunque estaba hecha de madera rústica sin pintar. La vaca también era real, atada al palenque, así como la oveja y el cordero mamón, que dormían a su lado. El Lucero brillaba como si fuera la propia Estrella de Belén.

Me quedé mirando al gitano, que recitaba una oración en una lengua desconocida para mí, sin atreverme a seguir. Cuando acabó el rezo, me dijo con un acento extraño:

- Ven, no temas, acércate al pesebre santo. Pronto nacerá el niño y, gracias a vosotros, saldrá sano y salvo.

- ¿Gracias a nosotros? –repetí confundido.

- ¿No habéis llegado, con tu padre y el enfermero, para ayudar a María? Ella es mi mujer por la gracia de Dios.

- Sí, pero...

- Pues ellos salvarán al niño y a su madre. Le están haciendo una cesárea...

Como buen hijo de médico, a pesar de mi corta edad, yo sabía lo que eso significaba.

- Dios le oiga –contesté en un susurro mientras observaba la bella cuna.

- ¿Te gusta? -continuó él- la hice con mis propias manos. Mi nombre es José y soy carpintero de oficio.

Tantas coincidencias comenzaron a abrumarme, y me disponía a volver sobre mis pasos cuando él agregó:

- Adivine cómo se llamará el niño...

- No me cabe duda: Jesús, y también será carpintero...

- Lo será, pero sólo por unos pocos años, como lo fue en su Primera Venida.

- ¿Qué quiere Ud. decir?

- Bueno… No es fácil de explicar, pero tú pareces un niño inteligente. Tiene que ver con la religión de mi tribu, que es muy antigua. Nosotros creemos que la Paroussía o “Segunda Venida” de Jesucristo, de la que hablan los Evangelios y otros libros sagrados, tendrá lugar en el seno de nuestro pueblo. Si la Primera fue entre judíos, la Segunda será entre gitanos, la otra nación errante de la historia. Cuando renazca el Salvador, nosotros también volveremos a la Tierra Santa, ya que somos una rama extraviada de la tribu bíblica de Zabulón, la única de las doce tribus que poseía barcos y moraba a la orilla del mar. Nuestras leyendas afirman que ésta es la época propicia para su nacimiento, y que su misión comenzará cuando cumpla treinta y tres años, es decir, en 2053. En cada generación es posible su arribo, pero los designios del Señor son inescrutables. Por todo ello, os ruego que os quedéis al menos hasta la Epifanía, el día que vosotros llamáis de Reyes, y que cae el 6 de enero, aunque nuestro calendario sea diferente. Sin vosotros, faltaría un detalle importante en nuestro pesebre...

- ¿Cuál? –le pregunté intrigado, dudando aún si creerle o no.

- Los Tres Reyes Magos.

No pude responderle, no sólo por el asombro, sino porque ya venían mi padre y Domingo con María a cuestas, que portaba al niño en brazos. Éste era moreno, como los gitanos, pero su piel resplandecía. En ese mismo instante, un rayo cayó sobre el único árbol cercano al pesebre y un chaparrón colosal tamborilleó sobre el palio de lona basta que lo cubría parcialmente. Aunque parezca mentira, nadie se mojó por la lluvia ni tuvo frío.

- Se viene el temporal. Ya no podremos volver por unos días, el auto se hundiría en la cañada… –afirmé como si de mí dependiera la decisión.

- Serán nuestros huéspedes –ofreció José, mirándome fijo, mientras mi padre y Domingo asentían, resignados, y el niño y el cordero mamaban plácidamente bajo la luz del lucero, a pesar de la tormenta.

Una vez que nuestro albergue estuvo preparado en una tienda vacía y nos disponíamos a celebrar la Nochebuena con toda la tribu -ya sin máscaras- José me llamó aparte y, en voz baja, súbita y misteriosamente, preguntó:

- ¿Qué es lo que más anhelas en la vida?

Tomado por sorpresa, apenas atiné a balbucear:

- Ser un escritor…

- Lo serás -me dijo- ése es tu premio, y lo que aquí pasó, en esta sagrada Navidad, será el tema de tu primer cuento…


Esa misma madrugada, a la luz del alba, concluí el relato.


*Como el subtítulo lo indica, este relato es una fantasía y todos sus personajes son ficticios

**estancia: latifundio